LA PELOTA YEYÉ Expandir

LA PELOTA YEYÉ

FERNANDO CUESTA FERNANDO CUESTA

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AUTOR: FERNANDO CUESTA

CATEGORÍA FÚTBOL

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En la España rigurosamente vigilada de los años 60, donde oficialmente nunca pasaba nada sin el permiso de la Autoridad Competente, se estaban empezando a mover muchas cosas, incluso en el  muy paternalista y conservador mundillo del fútbol, el Opio del Pueblo, el espectáculo de masas alienante y desclasador montado para que 30 y tantos millones de súbditos pensaran sólo en goles, penalties, fueras de juego y quinielas… Eran ligeros cambios, casi imperceptibles, pero que acabaron por darle la razón a Bob Dylan: cabelleras que se alargaban, ma non troppo, patillas que crecían frondosas, bigotes esbozados a  contracorriente, medias caídas, atuendos informales, futbolistas que acudían tímidamente a la Universidad y a los cines de "Arte y Ensayo", que ya no se cuadraban delante del Mister o el Presi, que se inquietaban por el futuro, que osaban incluso hablar a hurtadillas de derechos…

Si: The Times They Are A-Changin

Por las páginas que siguen algunos conocerán -y otros recordarán- cómo era entonces, medio siglo atrás, el circense espectáculo del estadio, y cómo eran también algunos de sus más peculiares gladiadores -modernillos, exquisitos, pintorescos, rocosos, contestatarios o caídos en combate-. Nombres entonces popularísimos y que hoy rezuman ya el aroma algo apoli- llado de los héroes de la Historia Antigua. Pero que nadie se despiste: ellos fueron quienes pusieron los cimientos -o las primeras plantas- del suntuo- so y horterilla rascacielos de nuestro supermediático fútbol actual, esa especie de Trump Tower carpetovetónica donde habitan hoy los Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, Bale, Luís Suárez, Benzema o Griezmann, con los riñones, el hígado y demás vísceras bien, pero que bien forrados…

Fernando Cuesta (Gijón, 1955). No pasé de las rodillas de mi santa madre en los Campos Elíseos (los niños más pequeños no pagaban su localidad) a la ardiente oscuridad de la última fila sin un dilatado período transitorio… En esos maravillosos años fue forjándose mi cinefilia impenitente, en butaca de patio o las más de las veces en delantera de entresuelo o  “gallineru”, por elementales razones de presupuesto, al mismo tiempo que me arruinaba la vista delante de un vetusto televisor en blanco y negro de diecinueve pulgadas, devorando con fruición sesiones de tarde y de noche. Disfruté el espectacular  “Todd-Ao” del Robledo y el Jovellanos, formé parte de la bulliciosa  grey infantil del Ideal, aspiré la sórdida humanidad del Goya y el Albéniz, y también me beneficié de los bonos-descuento del llorado Brisamar, templo cimadevillense del “Arte y Ensayo” situado junto a la primitiva “Paradiso”. Y, por descontado, fui animal de Cineclub antes de convertirme en grabador compulsivo en Beta y VHS. Hoy continúo erre que erre,  fagocitando imágenes sin tasa, aunque ahora en formatos menos épicos y más íntimos…


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